Pero esta idea que ha calado profundamente en el imaginario popular no andaba tan desencaminada como algunos creíamos. Un estudio recién aparecido en el American Journal of Psychiatry así lo demuestra.
Los investigadores daneses autores del trabajo, a partir de una amplia base de datos de más de 100 000 casos de trauma encefálico, evaluaron el riesgo posterior de desarrollar enfermedades como la esquizofrenia, la depresión, el trastorno bipolar y trastornos cerebrales orgánicos. Hallaron un incremento de riesgo de 65% para sufrir esquizofrenia, de 59% para desarrollar depresión y para trastorno bipolar una cifra más discreta. Como es obvio, la posibilidad de sufrir cuadros orgánicos cerebrales fue la que registró mayor incremento (cuatro veces mayor). El riesgo de esquizofrenia y depresión fue mayor en el primer año luego del traumatismo craneano pero la elevación del riesgo se mantuvo significativa durante quince años y aún más. Cabe anotar que estos datos fueron igualmente significativos para traumatismo craneal leve y para aquellos con fractura.
El efecto descrito en el estudio no fue explicable por antecedentes familiares de patologías psiquiátricas y tampoco por una hipotética proclividad a traumatismos (se ha sugerido que en los pródromos de psicosis o en casos de depresión, las personas se hallan en mayor riesgo de sufrir caídas y traumatismos).
Los autores esbozan diferentes explicaciones para sus hallazgos, desde las hipótesis inflamatorias como consecuencia de la contusión y el daño tisular consecuente, a los efectos traumáticos específicos sobre ciertas áreas del cerebro. Pero tampoco puede soslayarse, ellos mismos lo señalan, el impacto psíquico que puede acarrear un accidente de esta naturaleza o las secuelas de discapacidad, como explicación concomitante para el aumento de riesgo de enfermedades mentales luego de un traumatismo encéfalo-craneano.
Algunos puntos flacos del estudio fueron que el seguimiento de los pacientes no se prolongó más allá de los 33 años de edad y que no hubo acceso a los historiales clínicos individuales de cada paciente para enriquecer los datos y explorar otras correlaciones epidemiológicas. Por ejemplo, no se pudo examinar si se siguieron las indicaciones médicas luego del traumatismo o si no hacerlo pudo aumentar aún más el riesgo de posterior patología psiquiátrica
Vale la pena, a partir de esta información, reflexionar cómo un diagnóstico psiquiátrico no puede ser una etiqueta endilgada sin más. Dado que el diagnóstico psiquiátrico es una interpretación de la experiencia de una persona dada, es imposible obtener una cabal comprensión de las expresiones afectivas, verbales y conductuales de un individuo sin tomar en cuenta el contexto cultural que las ha modelado. Lo pertinente es clarificar y explorar las atribuciones de causalidad que el individuo y su grupo familiar consideran respecto al problema de salud para lograr una interacción fructuosa de trabajadores de salud y usuarios. Incluyendo, claro está, la intuitiva idea de que un golpe en la cabeza puede desacomodar a veces la frágil y complejísima estructura albergada dentro.
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